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lunes, 27 de marzo de 2017

Síndrome del bloqueo, ¿de qué?



Yo sufro, con normalidad, el síndrome del bloqueo del escritor. Ni siquiera sé si es un síndrome pero en mi vida, ha tomado ya ese significado. Este blog, el día 19 de mayo cumple cuatro años y llevo varios meses cumpliendo uno de los objetivos que me ponía cada uno de enero, desde que lo abrí: actualizarlo periódicamente. Pero no una vez al mes, sino que un post por semana, mínimo. ¡Lo he cumplido y no puedo estar más orgullosa de mí misma! Sin embargo, debo admitir que muchos días me siento frente al cuaderno de notas y no me sale nada. Me explico: no me sale nada que merezca ser publicado, o eso creo. Pruebo con ponerme frente a la pantalla del ordenador, y tampoco. Nada. Bloqueo del escritor, lo llaman. Y de la escritora, añado yo. Aunque me parece un atrevimiento denominarme escritora pues solo aspiro a soñar con serlo.

Los mejores momentos, en los que me viene la inspiración, es cuando viajo en el autobus o estoy trabajando. Justo cuando no tengo un papel a mano, justo cuando no puedo parar a buscar un boli y anotarme esas preciadas palabras, me desbloqueo. Gracias a esos breves e intensos momentos mi blog sigue adelante, porque las mejores ideas nacen cuando menos te lo esperas y para eso existe la memoria. ¿Memoria? A quién quiero engañar, no suelo memorizar absolutamente nada. Después de que surja ese halo de esperanza, esa palabra que ha hecho que mi mente se ponga en erupción como un volcán, ya no tengo miedo de tomar el cuaderno de notas o teclear en el portatil: sale solo.

Cuando publico mi texto, crecen otros miedos. ¿Le gustará a mis seguidores? ¿Cuántas visitas obtendré? ¿Lo compartirán en sus perfiles sociales? "Sí, claro que les gustará", sorprendo diciéndome a mí misma. "Y voy a conseguir más visitas que en el post anterior", sigo. "Es tan bueno que deberían compartirlo para que más gente pueda acceder al contenido", me piropeo. Si lo comentara en alto me avergonzaría de mí misma y ahora al verlo aquí escrito ya me estoy poniendo nerviosa. Pero espera.

¿No es acaso natural sentir placer por los logros conseguidos y, más aún, satisfacción y hasta amor por el propio trabajo y deseo de reconocimiento por lo que uno ha hecho? ¿No es éste el auténtico antídoto contra el odio hacia uno mismo que tanto ahoga la creatividad? ¿Qué podría haber de malo en el afán por sobresalir, de aspirar a elevarse y ser lo mejor posible, de querer que se lea nuestra obra y sea apreciada por el mayor número de personas?
VICTORIA NELSON

Si hay algo que he ido aprendiendo, además de amar a la lectura, es que la vida nos tiene preparada, siempre, a varias personas para que nos amen y odien, respeten e insulten, comprendan y juzguen. Parece que he elegido una mala profesión, la de periodista, pues nuestro trabajo depende de la valoración del resto del mundo: editor, crítico, lector. Sin embargo, no debemos pecar de adorarnos. Es decir, no tenemos que adoptar, bajo ningún concepto, el típico complejo de ser abuela de tí misma y piropearte, decirte lo maravillosa que eres y lo bonito que escribes cada día. Esto es igual de peligroso que castigarte, juzgarte y odiarte a ti misma. Hay que viajar en busca del equilibrio pues es ahí donde encontraremos la calma suficiente como para ser ambiciosos, sin excesos. Necesitaba tanto esta reflexión, y yo sin saberlo, que las siguientes palabras quedarán enmarcadas en la pared de mi habitación:

Para escribir, hay que evitar la ambición. De lo contrario, la meta será otra: algún tipo de poder ajeno al del lenguaje. Y el poder del lenguaje es, a mi entender, el único al que tiene derecho el escritor.
CYNTHIA OZICK

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