Los rayos iluminan mi habitación y el ruido de las gotas de lluvia contra el suelo marcan el ritmo de la noche. El viento va cobrando protagonismo según pasan los minutos; estoy en tensión. Escucho a los árboles moverse, algún perro ladra ahí abajo. Bolsas de basura volando y latas de Coca-Cola rodando.
Me gustaría cerrar los ojos y aparecer tumbada en la arena, relajada y sola. Se oyen unas tímidas olas jugando en el mar, haciendo que mis pies poco a poco vayan humedeciéndose. Pero solo presto atención a una de las mejores canciones de Leiva titulada "Hoy no me encuentro", y es que hace varios días que no soy capaz de mirarme en el espejo y reconocerme. Veo a alguien que sonríe mientras se pinta los ojos pero nada más. Cuando se limpia los dientes frunce el ceño, miles de recuerdos le atormentan. Recuerdos que le estorban y no es capaz de escupirlos junto con la pasta de dientes de sabor a menta que tanto odia.
Esta vez el rayo me ha acojonado y tiemblo mientras aplasto contra mi pecho ese cojín de flores espantoso. Las gotas de lluvia caen muy rápido, el viento las mueve de un lado para el otro haciendo que mi persiana cada vez parezca más frágil. Puedo oír un silbido un tanto estresante, no sé qué es y eso me agobia. Igual que los coches cuando pasan por encima de un charco, o cuando pisas una baldosa y te llena los zapatos de agua sucia. Igual. La misma sensación.
Intento cerrar los ojos y volver a la arena, pies húmedos, Leiva de fondo. Lo consigo; hay alguien sumergido en el agua pero no sé quién es. Me hace señas con las manos y no entiendo nada. Me levanto, y esa persona ya no está. No sé si lo estoy viendo, si lo estoy soñando. Ya no sé cuál es la realidad: la tormenta o el mar.
Una voz grave me susurra al oído que ya es hora de irse. ¿Irse de dónde? ¿Irse a dónde?
Puede que haya momentos en los que no necesitemos saber hacia dónde vamos, ni de dónde venimos.
Puede que conozcamos a personas que nos hagan soñar y evadirnos de la realidad haciendo que el miedo desaparezca.
Puede que haya momentos en que no tengas por qué saber quién eres, ni qué es lo que quieres.
Puede que conozcamos a personas que nos hagan disfrutar al máximo de los momentos.
Y es que quizá mañana cuando me pinte los ojos, o cuando me lave los dientes siga sin verme reflejada, pero ya no me importa nada, porque sé que estos momentos también hay que vivirlos.
Que no está mal saltarse ciertas reglas y romper promesas.
Que no es necesario cuestionarlo todo.
Que no es malo sentirse perdida.
Que hay que buscar las emociones, el miedo a perder, la alegría de ganar, la incertidumbre del "qué pasará".
Sigo pensando que el destino está escrito pero el camino lo hacemos nosotros, y mientras andamos se pueden disfrutar de muchas cosas.
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