PRIMER CAPÍTULO :
Martina cierra los ojos. No quiere sentir la realidad, ni oírla. Tampoco olerla.
Desde el último duro golpe que le ha dado la vida, a duras penas consigue levantarse de la cama. Esa cama de sábanas desgastadas, llenas de mierda.
Cada día que pasa se siente más desgraciada por no saber convivir junto a la soledad. Y claro, no es de extrañar, porque que te abandone tu pareja desapareciendo sin ninguna explicación, no se debe superar fácilmente.
Raquel era una joven inexperta en el sexo entre mujeres, pero Martina, que le dobla la edad, le enseñó lo suficiente para que no tuviera que echar de menos a ningún hombre. Y así fue. Raquel se interesó en las mujeres en general, y en Martina en particular, que renegó del placer que le propinaban los hombres.
La suya fue la típica relación repleta de carantoñas, sexo...Y discusiones. Discusiones que siempre comenzaban por las inseguridades de Martina, rubia, alta y delgada; inteligente, madura y responsable, que -increíblemente- se sentía pequeña al lado de su jovencísima novia.
Una madrugada, en la que solo se podían escuchar las tímidas olas del mar, la estudiante de bachiller y su profesora de Filosofía tenían ganas de jugar. Llegaron a la playa, se desnudaron y corrieron a meterse en el mar. Estaban felices y reían alto; tanto que sus carcajadas llegaban hasta las casas de al lado.
La intimidad de la solitaria playa desapareció. Poco a poco se podían ver luces en las casas, personas asomadas en las ventanas, asustadas y enfadadas porque dos locas habían despertado a medio vecindario.
Raquel se puso muy agresiva cuando los vecinos bajaron a la playa. Les robaron la ropa, las llaves, incluso la cartera. Martina y ella se quedaron sin nada, tiradas en la playa, a escasas horas del amanecer.
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