Martina llegó a casa mientras que las palabras de aquel hombre no la abandonaban. Estaba nerviosa, sentía mariposas en el estómago, cual adolescente enloquecida. Sentía las manos sudorosas y muchas ganas de abrir la puerta y volver a refugiarse entre sus brazos. La mente y el corazón estaban en plena guerra, y no sabía por quién dejarse guiar.
Él se quedó mirando al mar, decepcionado por no hacer podido retener a Martina. Pero unas suaves manos le sorprendieron por detrás, y su bello se puso de punta. Al girar la cabeza se encontró con los preciosos ojos de ella, Martina, y la besó lento y suave.
-Me alegra que hayas vuelto.
-No vuelvas a hacer eso. Me has robado un beso, ¡coño!-dijo ella-.
-Pensaba que al regresar querías que yo cuidara de ti. Pensaba que me estabas dando la oportunidad de quererte. De protegerte.
-Pues no pienses, ¡joder! No tengo ni idea de lo que quiero, solo sé que desde que te vi algo en mí ha cambiado. Y eso me asusta, ¿vale? No sé si quiero darte una hostia o comerte a besos. No sé si quiero dormir contigo o seguir soñándolo.
-Haz lo que te apetezca. Lo que sientas. Deja de pensar todo lo que hagas. ¿Sabes que en la vida no hay instrucciones? Tienes que apostar, jugar y arriesgar. No te garantizo que siempre vayas a ganar, pero lo que te aseguro es que tampoco perderás constantemente.
Martina miró hacia el suelo, le temblaban las piernas. Él no le quitaba la mirada de encima.
-Ya no sé que más decirte, Martina. Tú tienes la última palabra.
-Si supiera algo de ti...¡No sé ni tu nombre!
-Me llamo Hugo.
Hundió sus manos en la arena, para evitar que el temblor se notara y se fundieron en el beso más húmedo, y apasionado que jamás Martina había regalado a un hombre.
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