Es echar la vista atrás y desesperarme.
Es ver caras, sonrisas y miradas.
Es oír nombres, voces y carcajadas y derrumbarme.
Es darme cuenta de la cantidad de trenes que he dejado escapar quedándome sola en la misma estación, que me siento idiota.
Idiota por no saber afrontar la situación, por ir de fuerte y mujer sin corazón, hasta que te pegas la hostia.
Idiota por dar segundas oportunidades a quien no se las merece, y no dar ni una sola a alguien que intenta romper tu coraza para que te sientas bien.
Sí, idiota.
Después de cometer errores llega el arrepentimiento, y pasada esa fase, ahora llega la impotencia y desesperación por no tener el poder de controlarlo todo. Por no tener el poder de retroceder en el tiempo y comprobar qué hubiera pasado habiéndolo hecho de otra manera. Ya todo da igual, lo único que quiero es superarlo, seguir adelante.
Aunque esté encantada con todo lo que tengo ahora mismo en mi vida, siento que me falta algo. Y ese algo ya no eres tú, pero sí lo que sentía contigo. Ese temblor de voz, el sudor en las manos, los tímidos besos en la mejilla. Todo eso lo echo de menos, y no tendría que ser así.
A las personas que me preguntar que qué coño hago aquí sentada, no sé que decirles. Sé que estoy de esta manera porque así lo he decidido yo, pero hay momentos en los que una no tiene que luchar más. Simplemente darle tiempo al tiempo, y que todo se asiente.
Porque, ¿qué sería la vida sin rayadas nocturnas?
Porque, ¿qué sería la vida sin desamor? No tendría sentido alguno.
Para pasar por lo mejor, hay que probar lo peor.
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