El día ha llegado, hoy volveré a verla después de que...Después de que me dejara. Sí, eso fue lo que sucedió; ella me dejó a mí y no me avergüenza reconocerlo.
No sé qué vestirme, ni cómo peinarme. Tampoco qué colonia utilizar. Si me pongo la camiseta que ella me regaló puede que se moleste. ¿O no? Puede que le guste. ¿O no? Jamás pensé que yo llegara a preocuparme por cómo vestirme o por cómo comportarme con ella. Antes todo era mucho más sencillo que ahora. Apuesto por un clásico: camiseta negra, pantalón vaquero y pelo revuelto. Sin colonia. Quiero pasar desapercibido, que nadie me mire, excepto ella.
Llevo soñando con ese maldito momento durante todas las noches de agosto. Quizá también en las siestas. Sé que entraré por la puerta cuando ella ya esté sentada en primera fila. Odiaba que eligiera esos asientos y ahora, sin embargo, deseo verla sentada allí, esperándome. Sé que en cuanto me vea atravesar la puerta me besará como siempre lo hacía. Seguro que se arrepiente de haberme abandonado. Abandonado. A-ban-do-na-do. Esta palabra parece que resuena en mis oídos una y otra vez. Lento, muy lento. Y es que es así como me siento desde que desapareció. Como un palacete sin dueña. Como un juguete sin pilas. Dueña y pilas. Pilas y dueña. ¿Es eso lo que ella era para mí? Pura energía, dependencia total. Puede que sí.
No ocurre nada de lo que había soñado. Ella no está en primera fila, tampoco en la segunda ni junto a la pared. Ella no está. Y ella nunca faltaría a clase. Los profesores repiten su nombre una y otra vez, nadie responde. Zaida. ¿Zaida? Zaaaaai-daaaa. Esta palabra también hace eco en mi interior. Zaida no está, y nadie sabe de ella. Sin embargo, tengo la extraña sensación de que mis compañeros de clase cuchichean algo relacionado con ella. Esto no me gusta nada, tengo que averiguar qué es lo que está pasando.
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