DUODÉCIMO CAPÍTULO:
Sábanas arrancadas, mantas por el suelo y Martina tirada en la cama, sola. No recordaba nada de lo que había pasado; solo el beso después de abrir la puerta. Nada más.
Estaba desnuda, fría como el hielo. La habitación parecía haber sufrido el temblor de un terremoto. Pero no. Eso no ocurrió.
Se tapó con una bata negra y echó un vistazo por la casa. Todo por el suelo. Como si alguien hubiera entrado buscando algo que Martina escondía.
-¡Joder! -gritó de impotencia-. Me ha utilizado. Pasa la noche conmigo, y cuando me duermo, me registra la casa. ¡Maldita sea!
No se lo podía creer. De hecho ni lo entendía. ¿Por qué Raquel buscaba eso que tan guardado tenía?
Pasaron unas horas hasta que pudo ordenar la casa, pero se sentía más tranquila. Su secreto aún estaba a salvo.
Se duchó, se vistió y salió en busca de la única persona con la que podía contar. Llegó hasta la playa y allí estaba, mostrando su piel al tímido sol.
-Te necesito -le dijo ella-.
Y él, solo le abrazó.
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