El primer local al que acudí tenía un encanto especial; una barra
pequeñísima y dos mesitas de madera con tres sillas de mimbre. No
cuatro sillas cada mesa sino tres. Todo era tan peculiar y especial
como Zaida. La anciana que atendía la barra me ofreció mi primer
café del día y para mi sorpresa me lo sirvió en un vaso de
plástico. Miré hacia derecha e izquierda y las pocas personas que
se encontraban a mi lado también tenían entre manos un pequeño
vaso de plástico con café echando humo. Volví la mirada a la barra y vi que aquella mujer tan entrañable me dejó, junto con las
vueltas, una galleta casera envuelta en una servilleta.
¡Fue
así como Zaida empezó a escribir! Me siento genial al haber
descubierto esta especie de pista.
El
segundo bar era mucho más grande e incómodo. Me pedí otro café
pero me tuve que sentar fuera, en uno de los bancos de piedra, de
espaldas a la carretera. Dentro había demasiado ruido, muchos bebés
llorando en brazos de sus madres (supongo).
¿Pudo
Zaida sentarse tranquilamente a escribir, con todo este ruido? No, no
podría. Aunque quizá el día que ella estuvo aquí no había tantas
mujeres ni bebés...Sin embargo el camarero hablaba abiertamente con
algunas de las mujeres, se notaba cierta complicidad, lo que me hizo
pensar que eran clientas habituales. Terminé el café tan rápido
como pude y marché en busca del próximo local, ya que no vi ningún
elemento destacable para mi especie de investigación.
En
la acera de enfrente se encontraba el tercer objetivo: Tapitas. Tenía
toda la barra llena de bandejas con apetitosa comida: ensaladilla,
jamón, croquetas, pulpo...Sin pensarlo dos veces pido mi tercera
dosis de cafeína y una tapa de jamón.
Si
Zaira me viera comiendo jamón hubiera abandonado el local. Ella solo
come verduras y cereales.
Mientras
el hombre cortaba pan aproveché para mirar hacia todos los rincones
intentando buscar un no sé qué, un qué sé yo que me ayudase. Pero
nada. Una mujer se acercó a mí para consultarme si se me había
perdido algo:
-No,
señora -mentí- gracias. Solo observo este...lugar.
-Que
aproveche – me contestó guiñándome el ojo mientras sonreía-.
Ojalá
le hubiera contestado que sí. Que es mi novia, o ex novia quien se
me ha perdido, empiezo a imaginarme a mí mismo subido a una mesa y
gritando el nombre de Zaida como un loco pero el camarero me
interrumpe entregándome el pan y la cuenta. El jamón y el café ya
estaban en frente de mí y no me había dado cuenta
-Perdone
señor, ¿sería usted tan amable de decirme si reconoce a esta
chica? - le pregunto al camarero sin pensar, enseñándole una de
las muchas imágenes de Zaida en mi Facebook-.
-Ni
idea, chico – responde con pasividad-. Por aquí pasa mucha gente
todos los días -me guiña el ojo-.
-Gracias
– consigo decir mientras me tiembla el labio inferior-.
¡Qué
coño pasa en este bar con tanto guiño de ojo!
Bebí
el café de un sorbo y envolví el jamón en una servilleta,
necesitaba marcharme o las lágrimas empezarían a recorrer mi cara
allí mismo. Miro hacia atrás y encuentro al puto camarero mirándome
atentamente. ¡Qué cojones!
Fue
en ese preciso momento cuando me di cuenta de que comenzaba a estar
cansado a pesar de toda la cafeína que mi cuerpo contenía. Mientras
masticaba las finas láminas de jamón decidí visitar solo tres
locales más y volver a casa. No ha habido nada que haya llamado mi
atención, salvo lo de guiñarme el ojo, así que la única salida
que veo es enseñar fotografías de Zaida tanto a camareros como a
clientes.
“Soy
malísima para reconocer caras, cielo” me responde la camarera del
cuarto bar. “En cuanto salgas por esta puerta no recordaré si eres
rubio o pelirrojo”.
Estupendo,
pienso yo.
“Quizá
haya estado aquí. O quizá no” me dice un señor barrigudo. “Lo
único que puedo decirte es que no es una clienta habitual.”
Quizá,
quizá, quizá. Estupendo también.
Emprendí
el camino (corto) hacia el último bar del primer día de búsqueda y
me quedé flipando desde el momento en que empujé la pesada puerta
de madera. La barra era pequeña, había poca luz. Muchas mesas bajas
con sofás, sillones de cuero, cuadros abstractos y coloridos. Es
genial. Tres camareros me miraban fijamente y sonreían. La música
estaba muy alta pero no me sentía incómodo, de hecho opté por
pedir un refresco y una pizza vegetal para estar un rato más en ese lugar.
“Necesitas
sentarte, aclarar las ideas y diseñar un plan para el resto de los
días” me repetía una y otra vez a mí mismo.
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