El segundo
día de búsqueda lo emprendí con más ganas e ilusión aunque intuía
el cansancio que me esperaba (sin recibir nada a cambio). Sin embargo
las horas sin Zaida me hicieron coger fuerza y apostar por
encontrarla.
-Hola jovencito, ¿lo mismo de ayer? - me preguntó la agradable señora del primer bar, de la primera servilleta-.
-Buenos días señora – contesté- si por favor.
-Hola jovencito, ¿lo mismo de ayer? - me preguntó la agradable señora del primer bar, de la primera servilleta-.
-Buenos días señora – contesté- si por favor.
¡Joder me ha reconocido!
-Aquí tiene: café y galletita.
-Muchas gracias, quédese con el cambio.
No sé muy
bien por qué mis pies se dirigieron otra vez allí pero me alegro de
que lo hicieran. Mientras meneaba la cucharilla de plástico en el
vaso (del mismo material) recordé a Zaida y nuestros despertares.
-Buen día grandullón – me decía con voz aniñada-. ¿Has dormido bien?
-No me llames grandullón – le respondía intentado ser lo más borde posible-. He dormido muy bien, me encanta que tus pelos me hagan cosquillas en los labios, y que...
-¿Y qué, eh? - decía con chulería fingida-. ¡Cállate!
Y los dos reíamos sin parar. Todo era tan perfecto a su lado que me cuesta recordar la primera, y creo que única, discusión que tuvimos antes de que se marchara. Me quedé mirando por la ventana esperando. Esperando que volviera, esperando que me pidiera perdón, esperando cualquier cosa. Pero no vino. Ahora que lo pienso, ¿cómo se me ocurrió decirle que no me casaría con ella? ¿Cómo se me ocurrió advertirle que nunca tendríamos hijos? Debería haber pensado que ser tan sincero con ella podría parecerle cruel. Cruel o no, no pienso casarme ni tener hijos y discutir sobre ellos a nuestra edad me parecía más locura que cualquier cosa. Sin embargo me dio pena, y todavía me da, que Zaida creyera que tenía miedo al compromiso, que solo la veía como a “medio plazo” y errores del estilo. Jamás entenderé su faceta tradicional...
La bocina de
un coche hizo que saliera de mis pensamientos y me recordó que debía
seguir recorriendo el ocho de Zaida. Seguí atentamente las
indicaciones de mi teléfono móvil y en unos minutos llegué al bar
“Trato”; lo que me encontré no me gustó nada. ¡Un retrato de
Zaida colgado en la pared!
-Perdona,
¿conoces a la chica de ahí?- le pregunté al joven camarero
mientras señalaba el
cuadro de
Zaida-.
-Buenos
días a ti también, tío – me contestó el muy maleducado-.
-Buenos
días...Sí. Decía que si conoces a la chica que sale en ese
retrato.
El camarero levantó la ceja izquierda y le pedí un batido de fresa para ver si
consumiendo
algo, me
respondía.
-Sí, me
suena. Vendría algún día aquí y Javi la retrataría. ¿Tú la
conoces?
¿Javi? ¿Quién es Javi? ¿Que si la conozco?
-Me suena la cara – mentí-. ¿Qué día se hacen los retratos?
-Normalmente
los domingos pero olvídate. Javi solo retrata a chicas guapas – me
advirtió-.
Cogí el batido, dejé dos euros en la barra y salí a la terraza. Aquel bar
me produjo escalofríos nada más entrar. Me incomodó estar rodeado
de fotografías, cuadros y retratos de mujeres. Casi no se veía la
pared. Todo era muy extraño. Además no esperaba encontrarme una
pista tan fidedigna...Empecé a sentir miedo por mí, y también por
Zaida.
¿Realmente
Zaida ha planeado todo esto?
¿Y si le
ha ocurrido algo inesperado y por ello no ha podido terminar el
maldito ocho?
A falta de
respuestas no me quedaba nada más que seguir buscando. Los dos
siguientes bares no me sirvieron para la investigación pues me
parecieron locales de barrio de lo más comunes, con camareros y
clientes de lo más comunes (nadie reconoció la fotografía de
Zaida). Seguramente se me escaparía algún que otro elemento
destacable pero después de haber entrado en aquel horrible lugar con
caras de mujeres por todos los lados, todo me parecía bien, normal y
muy poco sospechoso.
Me siento
frustrado. Tengo algo de miedo. No sé si tiene sentido seguir
pateando este barrio.
Toqué mis
bolsillos, por manía, y encontré la galleta envuelta en la
servilleta que me era tan conocida. Decidí volver allí.
-Un café
por favor.
-Te estaba
esperando – me dijo sonriendo-. Ya sabía yo que ibas a volver.
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