Yo sufro, con normalidad, el síndrome del bloqueo del escritor. Ni
siquiera sé si es un síndrome pero en mi vida, ha tomado ya ese
significado. Este blog, el día 19 de mayo cumple cuatro años
y llevo varios meses cumpliendo uno de los objetivos que me ponía
cada uno de enero, desde que lo abrí: actualizarlo periódicamente.
Pero no una vez al mes, sino que un post por semana, mínimo.
¡Lo he cumplido y no puedo estar más orgullosa de mí misma! Sin
embargo, debo admitir que muchos días me siento frente al cuaderno
de notas y no me sale nada. Me explico: no me sale nada que merezca
ser publicado, o eso creo. Pruebo con ponerme frente a la pantalla
del ordenador, y tampoco. Nada. Bloqueo del escritor, lo llaman. Y de
la escritora, añado yo. Aunque me parece un atrevimiento denominarme
escritora pues solo aspiro a soñar con serlo.
Los mejores momentos, en los que me viene la inspiración, es cuando
viajo en el autobus o estoy trabajando. Justo cuando no tengo un
papel a mano, justo cuando no puedo parar a buscar un boli y anotarme
esas preciadas palabras, me desbloqueo. Gracias a esos breves e
intensos momentos mi blog sigue adelante, porque las mejores ideas
nacen cuando menos te lo esperas y para eso existe la memoria.
¿Memoria? A quién quiero engañar, no suelo memorizar absolutamente
nada. Después de que surja ese halo de esperanza, esa palabra que ha
hecho que mi mente se ponga en erupción como un volcán, ya no tengo
miedo de tomar el cuaderno de notas o teclear en el portatil: sale
solo.
Cuando publico mi texto, crecen otros miedos. ¿Le gustará a mis
seguidores? ¿Cuántas visitas obtendré? ¿Lo compartirán en sus
perfiles sociales? "Sí, claro que les gustará", sorprendo
diciéndome a mí misma. "Y voy a conseguir más visitas que en
el post anterior", sigo. "Es tan bueno que deberían
compartirlo para que más gente pueda acceder al contenido", me
piropeo. Si lo comentara en alto me avergonzaría de mí misma y
ahora al verlo aquí escrito ya me estoy poniendo nerviosa. Pero
espera.
¿No es acaso natural sentir
placer por los logros conseguidos y, más aún, satisfacción y hasta
amor por el propio trabajo y deseo de reconocimiento por lo que uno
ha hecho? ¿No es éste el auténtico antídoto contra el odio hacia
uno mismo que tanto ahoga la creatividad? ¿Qué podría haber de
malo en el afán por sobresalir, de aspirar a elevarse y ser lo mejor
posible, de querer que se lea nuestra obra y sea apreciada por el
mayor número de personas?
VICTORIA NELSON
Si hay algo que he ido aprendiendo, además de amar a la lectura, es que la vida nos tiene preparada, siempre, a
varias personas para que nos amen y odien, respeten e insulten,
comprendan y juzguen. Parece que he elegido una mala
profesión, la de periodista, pues nuestro trabajo depende de la
valoración del resto del mundo: editor, crítico, lector. Sin
embargo, no debemos pecar de adorarnos. Es decir, no tenemos que
adoptar, bajo ningún concepto, el típico complejo de ser abuela de
tí misma y piropearte, decirte lo maravillosa que eres y lo bonito
que escribes cada día. Esto es igual de peligroso que castigarte,
juzgarte y odiarte a ti misma. Hay que viajar en busca del equilibrio
pues es ahí donde encontraremos la calma suficiente como para ser
ambiciosos, sin excesos. Necesitaba tanto esta reflexión, y yo sin
saberlo, que las siguientes palabras quedarán enmarcadas en la pared
de mi habitación:
Para escribir, hay que evitar
la ambición. De lo contrario, la meta será otra: algún tipo de
poder ajeno al del lenguaje. Y el poder del lenguaje es, a mi
entender, el único al que tiene derecho el escritor.
CYNTHIA OZICK
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