lunes, 24 de julio de 2017

Los treinta segundos más largos




                                 Donosti


- Estoy conduciendo, no puedo hablar.

- ¡No, por favor! Necesito que me escuches. Solo serán dos minutos.

- Te repito que estoy conduciendo. En un rato te llamo.

Cuelga.

- No me cuelgues, ¡por favor! Será un minuto, lo juro. Tardamos más en discutir sobre esto que sobre lo que te necesito contar.

- Tienes treinta segundos. Después colgaré y todo habrá terminado.

- Lo siento. Siento lo que te he dicho, lo que te he hecho. Siento que estés huyendo de mí, no te volveré a hacer daño. Te lo juro.

- ¡Claro que no lo vas a volver a hacer! Eres lo peor que me ha pasado en la vida. ¡Lo peor!

- No me grites, por favor. Pon atención en la carretera.

Curva. Volantazo.

- ¿Qué pasa? ¡Contéstame! ¿Estás bien? ¿Me oyes?

Silencio. Treinta segundos demasiado largos.

- Se me ha caído el teléfono. No quiero saber nada más de ti. Me voy para no volver, esta vez de verdad. ¡Para siempre!

Volantazo. Ruidos.

- ¿Otra vez? Me estás asustando. ¿Estás bien? ¡Responde, joder!

El teléfono pierde la señal. La llamada de los treinta segunos está durando algo más. Mintieron otra vez.

- ¡Responde! ¿Estás bien, cariño?

El contestador salta una y otra vez. El último volantazo ha hecho que el coche quede empotrado en un árbol. Tenía razón: esa era la última vez que hablarían. Todo acababa de terminar.

Muerte en el acto.

Su teléfono sigue recibiendo llamadas porque es la única manera en la que puede escuchar su voz.

Ahora no puedo hablar contigo. Estoy haciendo cosas importantes o quizá esté durmiendo. Te llamaré cuando me apetezca. Deja tu mensaje cuando escuches la señal.

Adoraba su gracia natural, ingenio y creatividad. Odiaba no habérselo dicho.

Ahora, mientras dudaba de su propia capacidad para aguantar la responsabilidad de una muerte, conducía por la misma carretera que les separó.

Fin.
Fin, de todo.

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