QUINTO CAPÍTULO:
Ante eso, solo pudo secar sus lágrimas y marcar el número que perfectamente recordaba de memoria.
Esperó un tono, dos, tres, hasta cuatro. Fue entonces cuando deslizó el dedo en la pantalla táctil para colgar, puesto que nadie respondió.
Respiró aliviada. Sentía la obligación de hablar con Ana, pero deseaba no hacerlo. Hacía mucho tiempo que no escuchaba su voz, pero la recordaba constantemente. Sus manos...También las recordaba junto a las caricias que le solía regalar todas las noches que durante años pasaron juntas.
Martina se vistió con lo primero que se encontró tirado en el suelo, al salir del baño. Un pantalón negro, con una camiseta negra, acorde con su estado de ánimo.
Temía el hecho de salir al rellano, sentir las miradas de las viejas cotillas, escuchar los murmullos de los hombres al doblar la esquina.
Temía encontrarse con las que fueron sus alumnas, aunque podía ser peor cruzarse con las madres de estas.
Sea como fuere, le echó valor, y acompañada de unas (oscuras) gafas de sol, atravesó la puerta de su casa. Sintió el sol en su piel, el viento le puso el bello de punta. No paraba de mirar al suelo, al cielo, a los lados. Estaba nerviosa, ansiosa por llegar a su destino, aunque le fuera a costar algunos minutos.
Fue entonces cuando su teléfono sonó; era Ana, otra vez. Volvió a deslizar el dedo en la pantalla, pero esta vez en dirección contraria.
-¿Quién es? -preguntó Martina haciéndose la despistada-.
-Soy yo Martina - contestó una voz de mujer, más nerviosa que ella-. Supongo que tenemos que hablar, ya sabes dónde estoy. Aquí te espero.
-Está bien Ana, dentro de unos minutos llamaré a tu puerta.
Ana sonrió, Martiná cerró los ojos con fuerza deseando que todo fuera un sueño. No comprendía que tuviera que volver a aquel lugar, con aquella maldita mujer.