SÉPTIMO CAPÍTULO:
Inmóvil y arropada hasta las orejas, no podía evitar recordar el sufrimiento que vivió durante años en la casa familiar.
Cada noche su madre marchaba a trabajar, y el padre de Martina quedaba encargado de acostarla, pero antes de eso jugaban.
Jugaban a hacerse daño, puesto que Martina no disfrutaba con lo que su padre le obligaba a hacer. Le acariciaba los hombros, le besaba en los labios, y terminó abusando de ella noche tras noche, durante varios años.
Durante la infancia pensaba que lo que aquel hombre le hacía era común entre las relaciones de padres e hijos, y al tenerle tanto miedo, nunca le confesó su sufrimiento a nadie.
Salió de la cama. Se secó las lágrimas que sus ojos derramaron al recordar dicha etapa, y echó a correr. Sin rumbo. Sin destino. Solo le apetecía huir del pueblo, de las miradas de la gente; de la soledad, de las ganas de dormir y no despertar.
Llegó a la playa donde se tumbó sobre la húmeda arena mientras unas tímidas olas mojaban sus pies. Gritó fuerte. Muy fuerte, hasta quedarse sin voz.
Hizo castillos de arena, que poco a poco se derrumbaban al igual que ella.
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