OCTAVO CAPÍTULO:
Una mano acarició el húmedo cabello de la profesora. Cálida y suave. Así era la mano.
Martina miró hacia atrás y se encontró con la penetrante mirada que le lanzaron dos ojos negros. Negros y desconocidos.
-Tranquila, yo estoy aquí. -le dijo el dueño de los preciosos ojos-.
Sentado detrás , con los pantalones blancos de lino empapados, rodeando su cintura con los brazos más musculosos que jamás había tenido tan cerca.
Los minutos que invirtieron mirando al mar fueron un tanto incómodos, ya que ninguno de los dos articulaba palabra.
-Gracias por acompañarme, pero tengo que regresar a casa. No sé por qué lo has hecho, supongo que no tenías nada mejor que hacer...Pero gracias.
-Espera, no te levantes. -le dijo el hombre agarrándole del brazo-. A lo mejor te asustas, pero llevo observándote algún tiempo y esta ha sido la mejor ocasión para poder acercarme a ti,y conocerte.
-¿Pero qué me estás contando? ¡Tú estás loco! No te acerques nunca más a mí. ¡Nunca!
Martina se levantó y echó a correr. A los diez metros tuvo que parar, pero al mirar hacia atrás, él no estaba allí. Se sentía rara, nunca le había ocurrido algo parecido, pero en el fondo aquel hombre le produció algún extraño cosquilleo, y desprecio a la vez.
Llegó a casa, se bañó y se metió a la cama; horas después se despertaría con los primeros rayos de sol.
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