NOVENO CAPÍTULO:
Algunos tímidos rayos de sol se colaron por entre las viejas persianas de madera despertando, así, a Martina.
Metió la cabeza debajo del edredón pero tal era la claridad que se había creado en aquel cuarto desordenado, que optó por levantarse.
Miró a la izquierda y solo vio mierda; objetos sin valor, ropa sucia, recuerdos de los que desprenderse...
Miró a la derecha y se encontró con más mierda; maletas vacías, restos de comida y algún que otro pañuelo de papel.
Fuera hacía un día maravilloso, y al levantarse de mejor humor, aprovechó para ordenar su habitación, a la vez que hacía lo mismo con su mente.
Almacenó todas las fotos donde aparecía junto a Raquel. Retiró los objetos sin valor, como por ejemplo frascos de colonia vacíos. Metió toda la basura en una bolsa, y salió a la calle para desprenderse de todos los malos olores que había causado la mezcla que se creó en aquel saco de plástico duro.
No se encontró con nadie. "¡Menos mal!" pensó para sus adentros. Caminó sin parar por el pueblo hasta que sus pies pudieron tocar la arena. Húmeda. Suave. Como a ella le gustaba.
Paseó por la orilla y se tendió un rato boca arriba, con intención de dejar de parecerse a un vampiro. Lo logró. Consiguió dejar de lado su pálida piel, para parecerse a cualquier francés que se puede encontrar a lo largo de Agosto en la Costa del Sol. Roja e inflamada. Así fue su piel en los próximos días.
'Hola Martina. No sé nada de ti desde hace tiempo, y te echo de menos. Espero que no te hayas largado del país ni nada de eso. No sé si pasarme por el pueblo y presentarme en tu casa. Te apetecen unas birras y una pizza? Contéstame, por favor".
Ese mensaje de texto hizo que la profesora no pudiera conciliar el sueño el jueves por la noche.
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