miércoles, 30 de septiembre de 2015

Será cuestión de veranos IV

"Nunca pensé que fuera a conocer  alguien como tú, gracias por existir". Esta fue la primera frase, la primera servilleta, la primera sorpresa. Y esta también es la primera vez que sonrío después de que Zaida me dejara, sus recuerdos tienen demasiado poder en mi vida.

"Quiero sentir tu respiración cada noche, gracias por existir". Segunda servilleta. Segunda sonrisa.

Continúo leyendo las servilletas hasta la última que me regaló: "Sin ti no soy nada, gracias por existir". Es la vigésima servilleta, Zaida visitó veinte bares y desde allí pensó en mí. En veinte bares, veinte días, veinte sorpresas. Comienzo a sospechar que el número veinte pueda tener algún sentido oculto pero yo no tengo sexto sentido y no saco nada en claro.

Es tarde y debería acostarme pero me aterra la idea de volver a la cama sin ella. Sin que su cabello me moleste en la cara, sin que me pida que le caliente los pies, sin que se duerma apoyada en mi pecho. Sin embargo me tapo con la manta y los ojos empiezan a pesar cada vez más hasta que se cierran y mi mente vuelve a pensar en bares, servilletas y Zaida.

No puedo dormir, enciendo el ordenador y busco el mapa de la ciudad en internet. ¡Qué bien que exista Google maps! Voy adentrándome en la ciudad, en los barrios, en las calles y encuentro todos los bares. Están lejos de donde vivo y también de la universidad pero todos pertenecen a la misma zona. Cojo las servilletas y las vuelvo a ordenar. ¡Joder! Tengo algo, lo tengo. Trazo con el dedo índice el mismo camino que hizo Zaida de un bar a otro y se forma casi un ocho. ¿Por qué un ocho? Bueno casi un ocho porque hay un espacio entre el primer y último bar. Un espacio muy reducido donde no hay bares, apenas unos metros separan el bar número uno del bar número veinte. Quiza Zaida querría terminar donde empezó y no donde realmente escribió la última servilleta. ¡Por qué coño todo es tan complicado! Me encantaría poder gritarle, preguntarle qué jueguecito se trae pero el hecho de que está desaparecida vuelve a mí.

La cabeza me estalla. Mi ángel sigue insistiendo en que debo descansar pero mi demonio prefiere torturarme e incitarme a salir a la calle y buscarla. Sin embargo todavía estoy algo cuerdo y sé que saliendo de noche no voy a conseguir nada por lo que apago el ordenador, guardo las servilletas y duermo. Mañana iré al primer bar. Y al segundo. Y al tercero. Me pasaré el día recorriendo ese (casi) ocho que Zaida hizo durante veinte domingos.

¿Porque es un ocho,no?

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Será cuestión de veranos III

En cuanto salgo de clase me dirijo al baño, siento la necesidad de mojarme la cara quizá el frescor calme mi mezcla de rabia con preocupación. Lo hago y no funciona, de hecho creo que al ver mi reflejo en el espejo me encuentro peor que hace unos minutos. ¿Así es como la gente me ve? Ojos rojos e hinchados, ojeras y los labios secos. No me gusta lo que veo, ni al 'yo' que me encuentro ahí delante.

Me meto al baño individual, bajo la taza y me siento. Los recuerdos empiezan a apoderarse de mí, cierro los ojos y recuerdo la primera vez que besé a Zaida. 

Bajábamos las escaleras del bus cuando ella se despidió de mí con un tímido movimiento de cabeza. Me armé de valor y la sorprendí con un pequeño y breve beso en la comisura de los labios. Fue genial. Ella se marchó, avanzó unos metros mientras yo seguía inmóvil mirando cómo se alejaba. Se dio la vuelta y nuestras sonrisas se encontraron. 

La puerta del baño me devuelve a la realidad y es entonces cuando no veo mi mochila en el suelo. Mierda. Salgo y ahí está abierta; sobresale un sobre negro y al abrirlo saco una cartulina del mismo color donde destacan unas palabras en rojo: no busques lo que no te quieras encontrar. 

Me tiemblan las piernas y las manos. Creo que hasta las pestañas se tambalean. ¿Qué demonios significa esto? Es obvio que alguien me recomienda no buscar a Zaida y no tengo ni idea de cuál es la puta razón por la que me estoy sintiendo intimidado, amenazado y cagado de miedo. 

Necesito coger el primer bus que me lleva a casa y en cuestión de pocos minutos me encuentro en el punto del primer beso con Zaida. ¿Dónde estará? Y lo que es más importante, ¿con quién? El corazón me late tan deprisa como cuando discutimos por primera vez. Tan, tan fuerte como cuando dio un portazo y se marchó de nuestra habitación, ahora solo mía. Nunca me dijo a dónde fue después de aquel portazo; si lo supiera ahora tendría un lugar donde buscarla. Ella es tan reservada que nunca me contaba nada que no tuviera que ver con ese "nosotros" que tanto añoro. No sé dónde vive ni como se llama su madre. Yo era feliz sabiendo su talla de sujetador, la marca de sus cereales favoritos y el sitio perfecto para hacerle cosquillas. Éramos felices... ¿No? Al menos eso creía yo. 

La realidad es que no sé a quién acudir para empezar a buscarla. Si por lo menos me hubiera hecho caso y tuviera página de Facebook podría contactar con algún familiar, amigo o conocido. Pero no. Zaida no quiere que internet tenga constacia de su existencia y lo que ella desconoce es que mi Facebook está lleno de fotografías suyas durmiendo, leyendo, mirando por la ventana...Lo que ella no sabe y nunca sabrá es que mi red social es más suya que mía. Mi colchón es más suyo que mío.

De pronto una imagen viene a mi mente: veo a Zaida dándome una servilleta. Todos los lunes me regalaba una servilleta de algún bar de la ciudad, con frases para coleccionar. Me la imagino sentada en alguno de esos bares, con una taza de café descafeinado con dos sobres de azúcar moreno. Parece como si la estuviera viendo...

Corro a mi habitación, encuentro las veinte servilletas y las leo una por una intentando encontrar alguna pista sobre su paradero. Reparo en detalles como el nombre del bar, la dirección, el teléfono...Y lo único que me llama la atención es que su letra va cambia de dirección de una servilleta a otra. A veces hacia arriba, a veces hacia abajo. Creo que he averiguado algo. Estoy más cerca de encontrarla.

viernes, 18 de septiembre de 2015

Será cuestión de veranos II

El día ha llegado, hoy volveré a verla después de que...Después de que me dejara. Sí, eso fue lo que sucedió; ella me dejó a mí y no me avergüenza reconocerlo.

No sé qué vestirme, ni cómo peinarme. Tampoco qué colonia utilizar. Si me pongo la camiseta que ella me regaló puede que se moleste. ¿O no? Puede que le guste. ¿O no? Jamás pensé que yo llegara a preocuparme por cómo vestirme o por cómo comportarme con ella. Antes todo era mucho más sencillo que ahora. Apuesto por un clásico: camiseta negra, pantalón vaquero y pelo revuelto. Sin colonia. Quiero pasar desapercibido, que nadie me mire, excepto ella. 

Llevo soñando con ese maldito momento durante todas las noches de agosto. Quizá también en las siestas. Sé que entraré por la puerta cuando ella ya esté sentada en primera fila. Odiaba que eligiera esos asientos y ahora, sin embargo, deseo verla sentada allí, esperándome. Sé que en cuanto me vea atravesar la puerta me besará como siempre lo hacía. Seguro que se arrepiente de haberme abandonado. Abandonado. A-ban-do-na-do. Esta palabra parece que resuena en mis oídos una y otra vez. Lento, muy lento. Y es que es así como me siento desde que desapareció. Como un palacete sin dueña. Como un juguete sin pilas. Dueña y pilas. Pilas y dueña. ¿Es eso lo que ella era para mí? Pura energía, dependencia total. Puede que sí.

No ocurre nada de lo que había soñado. Ella no está en primera fila, tampoco en la segunda ni junto a la pared. Ella no está. Y ella nunca faltaría a clase. Los profesores repiten su nombre una y otra vez, nadie responde. Zaida. ¿Zaida? Zaaaaai-daaaa. Esta palabra también hace eco en mi interior. Zaida no está, y nadie sabe de ella. Sin embargo, tengo la extraña sensación de que mis compañeros de clase cuchichean algo relacionado con ella. Esto no me gusta nada, tengo que averiguar qué es lo que está pasando.

sábado, 12 de septiembre de 2015

Será cuestión de veranos. I

Me enamoré de ella locamente desde el primer momento en que la vi. Como nunca antes me había ocurrido. ¿Y algo parecido? Tampoco. En cuanto la vi entrar a clase supe que ella sería mi motivación para no faltar en mi primer curso en la universidad. Que estuvieramos en la misma ciudad, facultad y aula no resultó ser casualidad, el destino lo decidió. Mierda, esto del destino me lo ha contagiado ella. Estar en esos metros cuadrados hizo que compartiéramos cantidad de gustos e intereses. Compartir con ella cualquier cosa ha sido lo más bonito y gratificante que he hecho en mi (corta) vida. El colchón viejo de mi habitación, por ejemplo, ya no es el mismo desde que ella no sueña en él. Yo tampoco. Parece que han pasado años desde que ella me dejó y solo ha pasado el verano, este maldito verano.

Verano que íbamos a compartir, que íbamos a exprimir y que lo he pasado solo en esta preciosa ciudad con mar. Los recuerdos se acumulan junto al polvo en las estanterías y debajo de nuestro colchón. Bueno, mi colchón. Joder, me encantaba que pasara noches conmigo, aunque para eso tuviera que pagarle más dinero al casero.
Verla en clase supongo que será el momento definitivo para saber si la he olvidado o todavía no. ¡Qué demonios! No hace falta verla para saber que sigo igual o más enamorado que cuando dejó su cepillo de dientes en el baño.
¿Qué sentirá ella por mi? ¿Habrá besado a alguien durante las vacaciones? Se me acelera la respiración al pensar que se ha podido ir con otro. Joder, necesito tanto verla.