lunes, 7 de marzo de 2016

La fortuna existe, y el amor también.

El jueves salí de fiesta con mis amigas (y amigo) y aunque fue una noche perfecta, nos faltó alguien. No pasó nada extraordinario que me dejen contar aquí pero sí algo interesante; descubrí algo que hacía tiempo me habían contado: la fortuna existe. Y el amor, también.

El momento exacto fue a las seis y cuarto de la mañana, en los bancos de una estación de metro (sé que el escenario no es muy excitante). Nos encontrábamos sentados, adormilados y tiritando de frío. Miré hacia derecha e izquierda y sonreí por lo que tenía al lado, me sentí afortunada. Fue una sensación bonita, rara e intensa. Como los que aparecen celebrando que les ha tocado la lotería el día de Navidad pero sin saltos, grititos ni brindis. Joder, ¡me han tocado cuatro millones con nombre de persona!
Mis antiguas amistades (la expresión antigua pierde el sentido teniendo en cuanta que dejaron de serlo hace tan solo algo más de dos años) se encargaron de enseñarme el verdadero significado de la amistad, sin predicar con el ejemplo. Nos faltaba todo lo que ahora quiero conservar: confianza, interés, cariño, admiración, respeto... Ellas me enseñaron a saber lo que quería y este jueves descubrí la unión entre ambas situaciones.
Y es que cuando día tras día compartes (algunos) gustos como la pizza y estudiar en silencio, intereses como el periodismo, recetas y libros con un determinado nuevo grupo de personas al que además respetas, admiras y muestras tu cariño, se trata de fortuna, amistad. Admito que el camino ha sido algo duro, mucho dinero malgastado en boletos de lotería que no daban premios pero ha merecido la pena.
¿Sabéis lo mejor? No he tenido que fingir ser quien no soy, de hecho los rasgos de mi personalidad que me vi obligada a bloquear durante mi adolescencia ahora se han afianzado. Sí, ahora puedo decir que adoro a Pablo Alborán, que odio la cerveza y que el mejor partido político es Izquierda Unida y nadie me pone cara de desprecio. Y lo más importante, ya no me siento menos ni peor euskaldun por no tener ningún apellido vasco. ¡Sí, lo he conseguido! Soy parte de un grupo en el que nuestras diferencias no son motivo de burla, podemos entendernos y discutimos sin hacernos daño. Quien quiera seguir esas normas establecidas (aunque no aparezcan escritas en ningún sitio) no alcanzará este tipo de fortuna ni aprenderá que ser "normal", vestir igual, no reflexionar sobre las ideas que nos inculcan y renegar de la gente como yo que optó por quedarse sola para encontrar algo mejor...es kaka purruta como diría mi sobrino. Sí, kaka purruta.
Gracias, Iraitismo.

Y en especial gracias también a mis emes, quienes me acompañan en todos los pasos que voy dando, quienes se alegran de mis fortunas, que también son suyas.