lunes, 26 de octubre de 2015

Será cuestión de veranos VIII.


-Mira Luca yo le prometí a Zaida que te apoyaría y te cuidaría. Ella me pidió que te protegiera y que te quitara la idea de seguir buscándola, pero no puedo hacerlo. Tengo setenta años y aquí me ves trabajando y sola. No he tenido la oportunidad de luchar por mis sueños. Ni siquiera los tengo. Tú eres joven, tienes fuerza para superar cualquier obstáculo, y yo te animo a que sigas recorriendo ese infinito.
-Casi-infinito - le corregí-. ¿Por qué me dice esto ahora? Se supone que Zaida me ha prohibido seguir buscándola. No quiere que la encuentre. Y hay algo de peligro en esta historia que me asusta.
-Lo que te tiene que asustar es quedarte así, sin respuestas. Yo sé dónde puede estar, ella me habló de un sitio al que tenía que ir a menudo y justamente se encuentra en el trocito de mapa vacío. ¿Me entiendes?
-Quiero ir. Necesito ir a por ella y sacarla de donde esté metida, pero tengo miedo - admití llorando-. Tengo mucho miedo porque no sé qué me voy a encontrar.
-Es normal Luca. Yo también sentiría miedo pero será peor vivir siempre con la carga de no haber luchado por ella hasta el final.

Voy a buscarla. Está decidido. Cueste lo que cueste, la encontraré.

-Dígame dónde cree que está, por favor. Le prometo que volveré hoy mismo.
-Espero que sea con ella, Luca.

La señora desapareció y volvió con una servilleta donde estaba escrita la dirección. Lo copié en la aplicación del teléfono móvil y en unos minutos me encontraba allí: nervioso, cansado, agobiado y algo entusiasmado.Vivir tan al límite hacía que cada segundo que pasaba lo exprimiera al máximo.

De pronto me di cuenta de que la fachada donde me encontraba me resultaba familiar.

Puerta antigua de madera bañada en rojo, número ocho y una inscripción tallada en piedra: Será cuestión de veranos. Doy unos pasos hacia atrás, lo observo con detalle y caigo en que la imagen que estoy viendo es la misma que veía cada amanecer con Zaida, en mi habitación. ¡Me regaló un cuadro gigante con esta misma imagen! Me podría equivocar de puerta o número pero no de frase. Siempre me pregunté el por qué de esa inscripción pero nunca me lo dijo. 

Comencé a tocar la puerta y nadie contestaba. Mis nervios hicieron que siguiera golpeando la puerta cada vez un poco más fuerte. Me dolían las manos, los nudillos estaban a punto de sangrar pero no podía parar. Mis pies también se unieron a aquella lucha entre la puerta y yo y conseguí que se moviera pero no lo suficiente como para tirarla abajo.

-¿Qué quieres? - me preguntó un hombre desde la ventana-.

No sabía qué decir. Estaba paralizado, no me salían las palabras.

-¿No oyes? - gritó-. ¿Qué cojones quieres?
-Yo...Yo solo quiero entrar. Estoy buscando a alguien que creo que vive aquí.
-Esto no es una vivienda chaval. ¡Serás gilipollas! Anda largo de aquí.
-No, no. ¡Espera por favor! Estoy buscando a Zaida.
-¡Será mejor que te marches, tío! Hazme caso y vete. - me advirtió bajando el tono-.
-Sé que está aquí. ¡Zaida! ¡Zaida! - comencé a gritar sin parar-. ¡Sé que estás aquí! ¡Sal! ¡Sal!

De pronto vi cómo la puerta se movía ligeramente y me callé. Pero nadie la abrió y aquel hombre seguía observándome desde la ventana. Él también parecía nervioso.

-Vete tío, en serio. ¡Vete! Yo no te puede ayudar, solo te digo que te vayas. Como llegue...Joder. ¡Vete!

¿Como llegue quién? 

-Eres tú quien la tiene retenida, ¿verdad? ¡Eres un hijo de puta! ¡Cabrón!

Mientras yo seguía con mi repertorio de insultos y sacando toda la rabia contenida de días pasados, algo apareció por debajo de la puerta.

¡Es una nota! ¡Es una servilleta! 

Dirígete al bar al que corresponde esta servilleta y márchate por favor.

Aquella letra no era de Zaida pero tampoco del hombre de la ventana porque seguía de pie, mirándome fijamente.

¿Quién me ha escrito esta mierda? Puede que sea otra pista más que me acerque a Zaida. Quizá sea el punto donde ella no quiso que yo estuviera pero ya nada importa. Debo ir.

Volví a meter la nueva dirección en el teléfono móvil, y aunque tardé más tiempo del que me imaginaba, en menos de treinta minutos me encontraba allí.

-Buenas, ¿qué quieres tomar? - me preguntó la camarera-.
-Hola, en realidad no vengo a tomarme nada. Me han mandado venir aquí para seguir buscando a Zaida.
-¿Has dicho...Zaida? Supongo que tú eres...-su cara de compasión avecinaba el desastre-. Tengo algo para ti, Luca. ¿Porque eres Luca, no?
-Sí, sí. Yo soy Luca, el novio de Zaida. O ex novio. ¿Qué tienes para mí?
-Una carta. Léela con tranquilidad, puedes sentarte en aquella mesa.

¿Otra carta? ¡Qué tipo de broma es esta! Se supone que Zaida hizo todo tipo de planes para que yo no llegara hasta aquí y me encuentro con que aquí también hay un escrito para mí. ¿Me ha mentido en la primera carta? ¿Y si se está riendo de mí? 

Querido Luca:

Siento que hayas llegado hasta aquí con esperanzas de encontrarme o saber dónde estoy esperando a que llegues. Te equivocas y mucho; nunca he querido que me buscaras y mucho menos que me encontraras. Te dejé y con ello todo lo que vivimos se esfumó. 

Yo ya te he olvidado. Te conozco y sé que te estarás preguntando por qué te escribo esto si he decidido dejarte. Pues verás...Reconozco que te has comportado muy bien conmigo y sé que todavía me amas. Necesitas saber que lo que hemos vivido ha sido una bonita historia de amor, como las de verano, pero en invierno. 

Algún día me olvidarás y encontrarás a alguien, yo ya lo he hecho y por eso te dejo. No sé si me perdonarás que te haya hecho perder tanto el tiempo pero quería cerrar nuestro capítulo de una forma especial. 

Que te vaya bien Luca.

Al terminar de leer la carta sentí como si una fuerza y energía desgarradora se apoderara de mí. Tiré la mesa y los taburetes de la barra al suelo, rompí el cuadro que adornaba una de las paredes y empujé a los clientes para que me dejaran de agarrar.

Me encontraba fuera de control. Solo sentía ganas de romper cosas igual que Zaida me acababa de romper a mí. No podía pensar con claridad, hasta que apareció ella en aquel bar.

-Luca cariño tranquilízate. Hazlo por mí. - me suplicó-. Te lo explicaré.


Será cuestión de veranos VII.


La señora me invitó a entrar a un cuartillo que estaba lleno de cajas y bolsas de basura. Estaba asustado y asombrado. 

¿Por qué me está esperando? ¿Tendrá algo que ver con Zaida?

-Espera aquí unos segundos, ahora vuelvo.- me dijo sonriendo-. Tranquilo.
-Está bien, pero...

No me dejó terminar la frase. Cruzó la puerta y volvió a la barra supongo que a seguir sirviendo cafés.

¡Joder! ¿Cuándo cojones piensa volver?

Como si hubiera escuchado mis pensamientos entró en el cuartillo y me indicó que me sentara en una de aquellas cajas vacías. 

-Sé quién eres, ella me lo contó y me dio algo para ti. No he querido abrirlo, toma.
-¿Esto es de Zaida? - pregunté entre asustado y feliz-. Dime que sí, por favor.
-Sí. Te dejo que lo leas tranquilamente.

¡Una carta de Zaida! No puedo ser más feliz...

Para Luca:
Esta carta es la que nunca quise escribir. La que nunca quise que tú leyeras pero sé que servirá para que comprendas lo que nos está ocurriendo. ¿Sabes? Las servilletas que te regalé durante veinte lunes tienen sentido, todo lo tiene. Apuesto a que te has dado cuenta de que el recorrido de un bar a otro forman un infinito. ¿O creías que era un ocho? En realidad no llega ni llegará nunca a ser un infinito porque le falta un punto, un sitio al que no quiero que vayas. He hecho todo lo posible para que no llegaras a visitar todos los locales. 

¿Te han guiñado el ojo muchas personas? 

¿Has entrado en un bar repleto de caras de mujer? 

Todo estaba planeado, cariño. Todo estaba organizado para que no me buscaras, porque jamás me vas a encontrar. Ni quiero que lo hagas.

No sé cuántas veces habrás vuelto al bar donde te encuentras en estos momentos. La mujer es adorable, le encargué la misión de hacerte sufrir lo mínimo. Supongo que te habrá saludado amablemente, que te habrá reconocido las veces que hayas vuelto. Yo se lo pedí. Sabía que este sitio te encantaría y que volverías cada vez que no vieras salida a este laberinto de mierda donde te he metido. No sé y nunca sabré si ella te ha entregado la carta harta de verte regresar sin mí o porque tú le has preguntado por mí. 

Sin embargo sé que habrás ido por las calles enseñando imágenes mías, que habrás llorado de rabia y que habrás sentido miedo. Yo también, cariño. Yo también.

Por suerte todo ha terminado. No tienes que seguir recorriendo bares, ni enseñando fotos, ni bebiendo cafés en locales raros. Raros como yo. ¡Hasta las despedidas las hago raras! Sé que algún día me entenderás, aunque también sé que difícilmente me perdonarás. 

Tienes que hacerme caso: deja de buscarme. Te quiero y siempre lo haré pero por el bien de ambos tienes que dejarlo ya. Vuelve a tu vida, a tus clases; conoce gente nueva y olvídate de mí, amor. 

Mereces alguien que te haga feliz, que esté siempre a tu lado. Yo no puedo. Ya no. Hazme caso por favor, cuando termines de leer mis palabras vete, quema la carta y con ella nuestros recuerdos. Puede ser muy peligroso que sigas recorriendo el casi-infinito y más aún que lo completes. No lo hagas por favor.

Te quiero y te querré, Zaida.

¡Pero qué mierda es esta! 

Leí diez veces más la carta esperando que las palabras hubiesen cambiado. Pero no. Lo que Zaida me escribió estaba muy claro: se ha ido para no volver. Y con ella también se ha ido gran parte de mí, por no decir todo mi ser. Ella creía que las personas teníamos cuerpo y alma, y yo solo soy cuerpo.

Cuando conseguí parar de llorar comencé a sentir rabia; salté encima de las bolsas de basura y tiré las cajas al suelo. El cuartillo parecía mejor así, ambos nos encontrábamos destrozados.

-Luca cariño, ¿estás bien? - me preguntó la señora.
-¡Sabe mi nombre! Usted lo sabía todo y me ha dejado ir de bar en bar como un gilipollas. Zaida le pidió que yo no sufriera, ¿lo entiende?
-Luca...Tú ibas a sufrir de todas las maneras. Zaida me encargó que sufrieras lo menos posible y aquí estamos. Ella quería que te diera la carta cuando tú me preguntaras por ella y yo te la he dado antes de que eso ocurriera. Te la he dado hoy, cuando he visto que tus ojos ya no tienen brillo. Y cuando he visto que ibas a tirar la toalla.
-¡Esto es una mierda! ¡Todo es una mierda!-grité-. Pero usted no tiene la culpa, perdóneme. No entiendo nada. He leído la carta, una y otra vez, y nada. No entiendo qué cosa tan grave puede ocurrir para que ella me deje de esta manera. ¡Zaida lo tenía todo planeado!


lunes, 19 de octubre de 2015

Personas rosas.

Hoy mis palabras solo pueden ir dirigidas a personas de sangre rosa, personas que luchan con (o sin) ganas contra el cáncer de mama y también a la gente que les acompaña en ese viaje. Todos ellos son, para mí, gente de sangre rosa. Porque es muy importante el tratamiento pero quizá lo es más el ánimo, el humor y obviamente el amor. Amor del bueno, de ese que te saca sonrisas mientras tu cabello comienza a caerse. Ese es el amor que hay que conservar.

Vosotras os convertís en luchadoras incansables olvidando el rol de víctima de cáncer pero no olvidemos que como en cualquier enfermedad grave habrá dolor y llanto. Con frecuencia conozco casos de mujeres que evitan derramar lágrimas miedosas por no preocupar a los que les rodean.

¿Pero qué sería la vida sin llorar? No se puede ser fuerte 24 horas al día. Habrá momentos en los que no apetezca salir ni entrar; comer ni beber; quizá ni respirar. Para eso estamos las personas rosas; para ayudaros, apoyaros, haceros reír y consolar cuando alguna lágrima se asome en vuestro rostro.

Me alegra saber que día a día la medicina va consiguiendo mejores tratamientos para curar y prevenir el cáncer de mama. La cura existe aunque el temor a perder la batalla también. 

Admiro a todas las que lo habéis superado, a las que lo estéis viviendo y a las que perdistéis, como yo. Mi prima no pudo, los familiares no pudimos con la enfermedad pero nos quedamos con los buenos momentos vividos, con el orgullo de haber hecho todo lo posible y también con la pena de que alguien tan fuerte como ella se fuera, y nosotros, en parte, con ella. 

Hoy, se están llevando numerosas acciones para colaborar en la lucha contra el cáncer de mama, entre ellas el hashtag #DiaContraelCancerdeMama donde políticos, famosos, empresas y personas anónimas dan ánimos a las luchadoras, apoyan a los investigadores y comentan sus inquietudes, anécdotas o deseos.

Por último quiero transmitir toda mi fuerza, energía positiva y cariño a las personas rosas, luchadoras y equipo de batalla. Y que no os olvideis, de que la cura está en la prevención. Esta imagen habla por sí sola:






jueves, 15 de octubre de 2015

Será cuestión de veranos VI.

El segundo día de búsqueda lo emprendí con más ganas e ilusión aunque intuía el cansancio que me esperaba (sin recibir nada a cambio). Sin embargo las horas sin Zaida me hicieron coger fuerza y apostar por encontrarla.
 -Hola jovencito, ¿lo mismo de ayer? - me preguntó la agradable señora del primer bar, de la     primera servilleta-.
 -Buenos días señora – contesté- si por favor.

 ¡Joder me ha reconocido!
 -Aquí tiene: café y galletita.
 -Muchas gracias, quédese con el cambio.

No sé muy bien por qué mis pies se dirigieron otra vez allí pero me alegro de que lo hicieran. Mientras meneaba la cucharilla de plástico en el vaso (del mismo material) recordé a Zaida y nuestros despertares.

 -Buen día grandullón – me decía con voz aniñada-. ¿Has dormido bien?
 -No me llames grandullón – le respondía intentado ser lo más borde posible-. He dormido muy     bien, me encanta que tus pelos me hagan cosquillas en los labios, y que...
-¿Y qué, eh? - decía con chulería fingida-. ¡Cállate!

Y los dos reíamos sin parar. Todo era tan perfecto a su lado que me cuesta recordar la primera, y   creo que única, discusión que tuvimos antes de que se marchara. Me quedé mirando por la ventana esperando. Esperando que volviera, esperando que me pidiera perdón, esperando cualquier cosa.   Pero no vino. Ahora que lo pienso, ¿cómo se me ocurrió decirle que no me casaría con ella? ¿Cómo se me ocurrió advertirle que nunca tendríamos hijos? Debería haber pensado que ser tan sincero con ella podría parecerle cruel. Cruel o no, no pienso casarme ni tener hijos y discutir sobre ellos a nuestra edad me parecía más locura que cualquier cosa. Sin embargo me dio pena, y todavía me da, que Zaida creyera que tenía miedo al compromiso, que solo la veía como a “medio plazo” y errores del estilo. Jamás entenderé su faceta tradicional...

La bocina de un coche hizo que saliera de mis pensamientos y me recordó que debía seguir recorriendo el ocho de Zaida. Seguí atentamente las indicaciones de mi teléfono móvil y en unos minutos llegué al bar “Trato”; lo que me encontré no me gustó nada. ¡Un retrato de Zaida colgado en la pared!

-Perdona, ¿conoces a la chica de ahí?- le pregunté al joven camarero mientras señalaba el
cuadro de Zaida-.
-Buenos días a ti también, tío – me contestó el muy maleducado-.
-Buenos días...Sí. Decía que si conoces a la chica que sale en ese retrato.
El camarero levantó la ceja izquierda y le pedí un batido de fresa para ver si consumiendo
algo, me respondía.
-Sí, me suena. Vendría algún día aquí y Javi la retrataría. ¿Tú la conoces?

¿Javi? ¿Quién es Javi? ¿Que si la conozco?

-Me suena la cara – mentí-. ¿Qué día se hacen los retratos?
-Normalmente los domingos pero olvídate. Javi solo retrata a chicas guapas – me advirtió-.

Cogí el batido, dejé dos euros en la barra y salí a la terraza. Aquel bar me produjo escalofríos nada más entrar. Me incomodó estar rodeado de fotografías, cuadros y retratos de mujeres. Casi no se veía la pared. Todo era muy extraño. Además no esperaba encontrarme una pista tan fidedigna...Empecé a sentir miedo por mí, y también por Zaida.

¿Realmente Zaida ha planeado todo esto?
¿Y si le ha ocurrido algo inesperado y por ello no ha podido terminar el maldito ocho?

A falta de respuestas no me quedaba nada más que seguir buscando. Los dos siguientes bares no me sirvieron para la investigación pues me parecieron locales de barrio de lo más comunes, con camareros y clientes de lo más comunes (nadie reconoció la fotografía de Zaida). Seguramente se me escaparía algún que otro elemento destacable pero después de haber entrado en aquel horrible lugar con caras de mujeres por todos los lados, todo me parecía bien, normal y muy poco sospechoso.

Me siento frustrado. Tengo algo de miedo. No sé si tiene sentido seguir pateando este barrio.

Toqué mis bolsillos, por manía, y encontré la galleta envuelta en la servilleta que me era tan conocida. Decidí volver allí.

-Un café por favor.

-Te estaba esperando – me dijo sonriendo-. Ya sabía yo que ibas a volver. 

jueves, 8 de octubre de 2015

Será cuestión de veranos V.

El primer local al que acudí tenía un encanto especial; una barra pequeñísima y dos mesitas de madera con tres sillas de mimbre. No cuatro sillas cada mesa sino tres. Todo era tan peculiar y especial como Zaida. La anciana que atendía la barra me ofreció mi primer café del día y para mi sorpresa me lo sirvió en un vaso de plástico. Miré hacia derecha e izquierda y las pocas personas que se encontraban a mi lado también tenían entre manos un pequeño vaso de plástico con café echando humo. Volví la mirada a la barra y vi que aquella mujer tan entrañable me dejó, junto con las vueltas, una galleta casera envuelta en una servilleta.

    ¡Fue así como Zaida empezó a escribir! Me siento genial al haber descubierto esta especie de pista.

El segundo bar era mucho más grande e incómodo. Me pedí otro café pero me tuve que sentar fuera, en uno de los bancos de piedra, de espaldas a la carretera. Dentro había demasiado ruido, muchos bebés llorando en brazos de sus madres (supongo).

¿Pudo Zaida sentarse tranquilamente a escribir, con todo este ruido? No, no podría. Aunque quizá el día que ella estuvo aquí no había tantas mujeres ni bebés...Sin embargo el camarero hablaba abiertamente con algunas de las mujeres, se notaba cierta complicidad, lo que me hizo pensar que eran clientas habituales. Terminé el café tan rápido como pude y marché en busca del próximo local, ya que no vi ningún elemento destacable para mi especie de investigación.

En la acera de enfrente se encontraba el tercer objetivo: Tapitas. Tenía toda la barra llena de bandejas con apetitosa comida: ensaladilla, jamón, croquetas, pulpo...Sin pensarlo dos veces pido mi tercera dosis de cafeína y una tapa de jamón.

    Si Zaira me viera comiendo jamón hubiera abandonado el local. Ella solo come verduras y cereales.

Mientras el hombre cortaba pan aproveché para mirar hacia todos los rincones intentando buscar un no sé qué, un qué sé yo que me ayudase. Pero nada. Una mujer se acercó a mí para consultarme si se me había perdido algo:
    -No, señora -mentí- gracias. Solo observo este...lugar.
    -Que aproveche – me contestó guiñándome el ojo mientras sonreía-.

Ojalá le hubiera contestado que sí. Que es mi novia, o ex novia quien se me ha perdido, empiezo a imaginarme a mí mismo subido a una mesa y gritando el nombre de Zaida como un loco pero el camarero me interrumpe entregándome el pan y la cuenta. El jamón y el café ya estaban en frente de mí y no me había dado cuenta
    -Perdone señor, ¿sería usted tan amable de decirme si reconoce a esta chica? - le pregunto al camarero sin pensar, enseñándole una de las muchas imágenes de Zaida en mi Facebook-.
    -Ni idea, chico – responde con pasividad-. Por aquí pasa mucha gente todos los días -me guiña el ojo-.
    -Gracias – consigo decir mientras me tiembla el labio inferior-.

    ¡Qué coño pasa en este bar con tanto guiño de ojo!

Bebí el café de un sorbo y envolví el jamón en una servilleta, necesitaba marcharme o las lágrimas empezarían a recorrer mi cara allí mismo. Miro hacia atrás y encuentro al puto camarero mirándome atentamente. ¡Qué cojones!

    Fue en ese preciso momento cuando me di cuenta de que comenzaba a estar cansado a pesar de toda la cafeína que mi cuerpo contenía. Mientras masticaba las finas láminas de jamón decidí visitar solo tres locales más y volver a casa. No ha habido nada que haya llamado mi atención, salvo lo de guiñarme el ojo, así que la única salida que veo es enseñar fotografías de Zaida tanto a camareros como a clientes.

    “Soy malísima para reconocer caras, cielo” me responde la camarera del cuarto bar. “En cuanto salgas por esta puerta no recordaré si eres rubio o pelirrojo”.
    Estupendo, pienso yo.
    “Quizá haya estado aquí. O quizá no” me dice un señor barrigudo. “Lo único que puedo decirte es que no es una clienta habitual.”
    Quizá, quizá, quizá. Estupendo también.

Emprendí el camino (corto) hacia el último bar del primer día de búsqueda y me quedé flipando desde el momento en que empujé la pesada puerta de madera. La barra era pequeña, había poca luz. Muchas mesas bajas con sofás, sillones de cuero, cuadros abstractos y coloridos. Es genial. Tres camareros me miraban fijamente y sonreían. La música estaba muy alta pero no me sentía incómodo, de hecho opté por pedir un refresco y una pizza vegetal para estar un rato más en ese lugar.


    “Necesitas sentarte, aclarar las ideas y diseñar un plan para el resto de los días” me repetía una y otra vez a mí mismo.