lunes, 2 de diciembre de 2013

Diciembre.

En un abrir y cerrar de ojos ha llegado diciembre. Y lo odio. Lo odio con todas mis fuerzas.

Existen diferentes maneras de sentir este mes. Hay personas que disfrutan viendo las ciudades totalmente iluminadas. Yo, en cambio, me agobio al pensar en el gasto de electricidad tan absurdo que cometemos. Hay personas que disfrutan comprando regalos. Regalos (absurdos) que no nos hacen falta.

Porque vamos a ver, ¿qué se supone que es la Navidad? ¿Comprar, gastar, comer, beber y mentir? Eso es lo que hacemos, y por eso lo odio.

Puede que hace cientos de años existiera el verdadero espíritu navideño, pero dudo que alguien se conforme con sentarse al lado de sus seres queridos y celebrar el nacimiento de Jesús.

La Navidad actual se basa en alimentar una mentira, en hacer regalos con el fin de ser felices. ¿Y es que nadie se da cuenta de que la felicidad no se compra?

Joder, estoy segura de que sin lucecitas, villancicos, regalos y turrón no amaríais tanto esta época. Así que podéis llamarlo Navidad, pero en el fondo, no amáis en significado puro, sino todo lo material que ello arrastra.

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